Bea Prusinowska, misionera polaca que radica en El Putumayo. Resalta incremento de anemia en las comunidades de la provincia fronteriza, sobre todo por la falta de variedad alimentaria. “Apoyar alternativas de vida y alimentación equilibradas para las familias amazónicas debe ser uno de los principales retos a seguir”, sostiene.
Escribe: Augusto Padilla
Bea Prusinowska, misionera polaca que radica en El Putumayo. I LVU
Bea Prusinowska, misionera laica, natural de Polonia, del Vicariato de San José del Amazonas, sostiene una larga conversación sobre su visión acerca de la situación alimentaria de la provincia del Putumayo, donde vive hace más de una década. Es una zona compleja. Fronteriza con Colombia y cercana a Brasil, pero sobre todo lejana. Donde esa distancia, unida al auge del extractivismo (la actividad maderera y el aumento de dragas mineras), y el narcotráfico, determinan en buena medida qué productos consumen las familias.
“La lejanía y excesiva dependencia de Iquitos, con lanchas que demoran 10 a 15 días y alimentos como huevos y verduras que deben enviarse en avioneta, y el auge del narcotráfico, la minería y la extracción de madera se suman al desconocimiento general sobre la importancia del cultivo y consumo del producto que la tierra amazónica proporciona”, declara.
Comunidades Boras, murui, maijunas, secoyas, kichwas, yaguas, ticunas y ocainas comparten un vasto territorio en el que el río Putumayo serpentea a lo largo de 1.300 kilómetros (solo en la parte peruana, su extensión total supera los 1.800). Se organizan en 74 comunidades donde viven solo 11.000 personas. La baja densidad garantiza, todavía, buena cantidad de recursos alimenticios. Pescado, taricaya, motelo, paiche, venado, huangana o majás se encuentran aún con cierta facilidad, pero el comentario que en zonas como el Bajo Urubamba o Alto Amazonas empieza a oírse cada vez con más fuerza es el siguiente:
“Hay animales para cazar y pescar, pero ya comentan eso de que antes era más fácil, estaban más cerca, y ahora deben adentrarse más en el bosque y en las quebradas. Mientras las actividades ilegales prosperan, los animales huyen.”, afirma la misionera.
Sin embargo, factores culturales y la geografía entran también en escena. Los primeros meses de pandemia hicieron visible la realidad: “Dependemos muchísimo de los centros urbanos y, en concreto, de Iquitos”, pues de ahí llegan los víveres. Grandes lanchas que, en el mejor de los casos, tardan 10 a 15 días en cubrir la ruta navegando también por zona colombiana y brasileña. “Verduras como la cebolla, la papa o el ajo aguantan un largo viaje, pero otras se malograrían en el camino, por eso las traen en avionetas con los huevos y los panes”, relata Prusinowska.
Platos amazónicos. I LVU
“No todo es negativo, hay fruta en abundancia como el camu-camu y el aguaje, pero cuando converso con la gente ves que cada vez hay menos hábito de ‘hacer la chacra’ y desde el centro de salud los doctores insisten: los índices de desnutrición siguen altos”, comenta la misionera, “la dieta es muy poco variada”.
Y es que en el Putumayo se respira, en parte, desencanto hacia ciertas propuestas alternativas y, sobre todo, sostenibles. Pequeños proyectos de plantación de cacao o caña de azúcar no han tenido éxito, pues el mercado para la venta queda lejos. Falta de organización, altos costos del transporte y definición concreta de a quién y cómo comercializar el producto son, a día de hoy, algunos ‘hándicaps’. Además, puede incluso afirmarse que gran parte de la población se ha ‘rendido’, al punto de que hay zonas completamente dedicadas al narcotráfico.
Sin embargo, Prusinowska indica que, entre la dura realidad, existen signos de ilusión como las ferias gastronómicas que se han realizado tanto en el Estrecho como en Mairidicai, una comunidad indígena cercana. “Se pudo probar comida murui, bora, maijuna, kichwa, secoya… en eventos. Así nos damos cuenta de qué calidad de comida existe, se cocinan verdaderas delicias con algunas frutas y verduras que no se ven en el día a día”, detalla y lanza una pregunta para la reflexión, “¿por qué teniendo esa riqueza en la tierra, muchas veces, nos dejamos llevar por todo lo que, creemos, significa modernidad?”.
“Invertir en revalorar lo propio y, sobre todo, apoyar y acompañar alternativas de vida y alimentación más equilibradas para las familias amazónicas debe ser uno de los principales retos a corto plazo. Una alimentación que garantice la seguridad alimentaria, desde la ‘cantidad’ hasta la ‘calidad’ Aportar un granito de arena, tanto desde la Iglesia como desde instituciones públicas, privadas y Ongs es un imperativo moral. Por las familias y por esta ‘tierra bendecida’ llamada Amazonía”, concluye la misionera del Vicariato San José del Amazonas.
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